No busco que la historia de mi romance sea lineal y compleja. Sólo quiero interpretar escenarios, objetos, seres y atmósferas representativas y simbólicas que generen la identidad de mi relación. Aquí la perfección literaria no es prioridad, mi prioridad es contemplar, vivir y escribir para recordar, sin exigirme una trama morosa y elocuencia narrativa. ¡Feliz lectura!
Notas: Este escrito no fue hecho por mí, fue un regalo de cumpleaños de Sunny (@/udorotanu). Leo este escrito todos los días, es la luz del faro que me calma en medio de una tormenta de incertidumbres. Siempre estaré profundamente agradecida con las personas que le dedican tiempo y talento a mi 'yume'. Nunca me imaginé que sería bien recibido por la comunidad.
El sonido suave y constante de una respiración llenaba el silencio, deslizándose sin permiso por los oídos del estudiante. Con la mirada perdida, observaba de forma perezosa el mundo que se desplegaba a su alrededor, como si fuera un paisaje distante, ajeno. Su mente flotaba, desconectada de lo que otros podrían llamar “rutina”.
Las clases habían terminado hacía ya un rato, aunque para él nunca comenzaron realmente. Su atención, dispersa y errante, se negaba a aterrizar en la monotonía del aula. No era un día cualquiera. No podía serlo, aunque se esforzara por aparentar lo contrario.
Era sencillo esconder lo que sentía, al menos cuando ella no estaba. Su ausencia creaba un vacío que era más fácil de ignorar. Pero ahora estaba allí, a su lado, y su mera presencia lo arrastraba de nuevo al torbellino de emociones que intentaba evadir.
Ella dormía, ajena al peso que su cercanía tenía sobre él. Su respiración, tranquila y despreocupada, llenaba el espacio como una melodía suave, tan propia de ella que casi parecía intencionada. Él se permitió una pequeña sonrisa, una que no necesitaba testigos. Era sorprendente cómo, incluso en ese estado de inconsciencia, ella conseguía que su esencia brillara.
A veces, envidiaba la facilidad con la que ella destacaba por sobre el resto de los demás. A veces, sentía que era un simple mortal con mucha suerte de tenerla cerca. A veces, desearía que nadie más tuviera ese privilegio.
Se perdía en imaginaciones, fantasías tan vagas como el movimiento de ese vagón que los transportaba a casa. No llevaban mucho viaje, pero poco a poco todos los demás pasajeros iban abandonando los asientos, dejando a esos dos totalmente solos. No era casualidad, le gustaba creer eso.
Necesitaba creerlo para juntar algo de valor a su lado.
Con cuidado, deslizó las manos hacia el bolsillo de su abrigo, aquel que formaba parte del uniforme que ambos llevaban. Ese uniforme, con sus líneas impecables y colores apagados, era una especie de lazo silencioso que los unía. Sin embargo, ahora tenía un propósito más noble: abrigar a la "bella durmiente" que descansaba a su lado. Ella, en su estado de ensueño, se movía de vez en cuando, y su cabeza chocaba suavemente contra su hombro, arrancándole una mezcla de ternura y nerviosismo.
De aquel bolsillo emergió algo pequeño pero vibrante: un brazalete de colores vivos, casi tan vivos como ella. Las cuentas brillaban bajo la luz tenue del atardecer, cada una un reflejo de la chispa que ella llevaba consigo. No era cualquier accesorio. Había sido su idea, un regalo pensado con más cariño del que jamás admitiría en voz alta.
Había intentado hacerlo él mismo, pero sus esfuerzos siempre terminaban en desastre: perlitas desparramadas por el suelo e hilos rotos en sus manos torpes. No era un artesano, no al menos en ese sentido. Finalmente, tuvo que recurrir a la ayuda de unas amigas lejanas, quienes con paciencia y habilidad lograron dar forma a su visión. Aunque el brazalete no llevaba su huella directa, sí contenía algo mucho más valioso. Su intención, su tiempo y un anhelo silencioso de hacerla sonreír se veían volcados en cada detalle, en cada piedra que resonaba en su mano mientras tímidamente colocaba el brazalete alrededor de su muñeca.
—Feliz cumpleaños, Melo. —murmuró Daiki con cuidado, temiendo interrumpir el sueño encantado de su compañera. Su voz apenas rompió el silencio, un susurro que cargaba todo el afecto que no sabía expresar en palabras más grandes. No quería despertarla, no después de un día tan largo para ella. Se conformaba con imaginar la sorpresa en su rostro cuando notara el pequeño regalo.
«Seguramente no se dé cuenta hasta la mañana siguiente», pensó, mientras una sensación de tranquilidad lo envolvía. El ritmo constante del tren y la suave presencia de Melody a su lado parecían invitarlo a rendirse ante el cansancio. Cerró los ojos, dejando que el sueño lo reclamara, confiado en que todavía tenían varias estaciones por delante antes de llegar.
Pero Melody no estaba tan dormida como él creía. Entre respiraciones simuladas y movimientos calculados, había escuchado cada palabra. Sus labios formaron una sutil sonrisa, imposible de reprimir. El brazalete, el tono dulce de su voz, la intención detrás de todo... era imposible no sentirse conmovida. Fingir su descanso había sido un juego divertido, pero ahora, más que nunca, se sentía agradecida por su torpeza.
Daiki dormía ya, ajeno a su pequeña victoria. Melody dejó escapar una risita casi inaudible antes de acomodarse mejor contra su hombro. Quizás, sólo quizás, dejaría que él creyera que su reacción sería una sorpresa al amanecer.
Deambulando por el jardín secreto de mi corazón, donde mi alma respira la esencia a lavanda que transmites. Regando, nutriendo y cuidando.
Como una suave brisa, te calmaré. Como una suave llovizna, te limpiaré. Como flores delicadas, embelleceremos. Nuestra paz nos espera en la sutileza. Con paciencia, nuestro pequeño jardín crece.
No necesita ser visto ni felicitado con modestia, sólo pide amor de su cuidadora, porque no puede florecer sin ella, amor tan verdadero y absoluto con el que luego encontraré alegría al vivir mi realidad.
A través de los largos pasillos, un encantador laberinto de rollos de tela, vendedores y clientes, donde el aire se espesa con el fragante aroma de la tela recién fabricada. Un lugar donde la moda y la historia se entrelazan como hilos, tejiendo un tapiz de delicados estampados elegantes y encajes que difuminan las líneas entre pasado y presente, realidad y fantasía.
Los clientes se mueven como piezas de «serpientes y escaleras», sus miradas calculan cada material como tesoros potenciales. Satsuki Momoi observa entre enormes edificios de hilos crochet, sopesando mentalmente el coste y el valor de cada uno, eligiendo con cuidado cuál de esos productos tendría la suerte se convertirse en una coqueta bufanda para su amado Kuroko Tetsuya.
Estaba acompañada de su amigo de la infancia, Aomine Daiki, pero el desinterés del chico le hace parecer una clienta solitaria más. Aomine no está interesado en lo más mínimo en esta cultura. Para él la tela es, bueno, tela. No es una pieza de museo, ni un artefacto religioso.
Y, sin embargo, bajo la superficie de esta indiferencia hacia este vibrante mercado colorido, acecha una tensión oculta, una lucha por comprender la imagen que su mirada se ha encontrado de casualidad:
Melody se encuentra al otro extremo del pasillo, observando los conjuntos delicadamente colocados sobre los maniquíes, mientras que otros se pliegan pulcramente sobre las mesas, anhelando ser descubiertos por su próxima poseedora.
Sus ropas se pierden en medio de ese mar de estampados tártan, como una delicada danza pintada por Gustav Klimt. En este momento, lo único que Aomine tiene de ella es la imagen de su perfil: sólo la está mirando.
Una imagen que no puede tocar. No se atreve siquiera a hacer un gesto que pueda delatar este extraño placer que ha vandalizado el lado izquierdo de su pecho. La mirada de Aomine se posa sobre el perfil de Melody y lo toca con dedos de lana a través de las telas que la rodean. No sabe si le fastidia, no sabe si le encanta. De lo que está seguro es que, a partir de este momento, al único santo que le rezará será a la virgen que cuelga de su cuello.
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